Gabriela Ponce y Pamela Jijón codirigen Casa Mitómana, Invernadero Cultural, en Quito, «un espacio de incubación, desarrollo, exposición y circulación de proyectos artísticos de un amplio espectro disciplinar», como describen en su página web1. Ambas forman parte del colectivo Mitómana2, que antecede a la casa y que ha hecho de esta su lugar de trabajo y creación. Se trata de un grupo interdisciplinar cuyas obras se inscriben con rigor en la expresión contemporánea de las artes escénicas y, desde ahí, reescriben lo que implican las prácticas escénicas hoy en Ecuador. Si se revisa su decurso artístico, ya en su obra Caída (2013), se evidenció su énfasis en cómo la dramaturgia es algo que no se constriñe al texto, sino que se extiende y complejiza con la dimensión sonora y la plástico-escultórica del espacio. De hecho, su escenografía era a su vez un dispositivo que funcionaba de manera autónoma a modo de instalación. Luego, con Esas putas asesinas (2014), Mitómana ocupó una casa por años abandonada y tras indagar en la memoria de sus objetos, los artistas que participaron en el proceso construyeron ficciones que ensamblaron el gran corpus dramatúrgico. Y el año pasado pusieron en escena Tazas rosas de té, que al tiempo de ser una obra en la que su parte plástica y sonora (diseñada en vivo) permitía constituir varias capas de sentido a su ensamble total, también actualizaba el manejo de archivos reales en la ficción teatral. El montaje, basado en el episodio de la masacre del ingenio Aztra (1977), la muerte del hermano de una de sus integrantes y los ecos de Antígona, de Sófocles, se constituyó así mismo como un archivo que usa la Historia (con mayúscula) con el mismo cuidado que una historia personal, para la configuración de una ficción que permite la convocatoria de los propios archivos de la memoria del espectador.
Como parte de su interés de hacer del teatro un lugar que al tiempo que se produce, reflexiona sobre sí mismo (es decir, sobre su propio lenguaje —sus crisis, sus contaminaciones y su expansión—, y la incidencia de su movimiento en su contexto), como describía en el párrafo anterior, este año Gabriela y Pamela diseñaron una programación de su sala (con apoyo de Iberescena), que, desde su lógica curatorial, les permite continuar en la interrogación al ámbito teatral, lo que se manifiesta en el hecho de que apunta a pensar en la diversificación de los modos de producción escénica, la contaminación entre lenguajes, la dramaturgia en su lógica expandida, etcétera. A propósito de esta programación que inició en marzo y se extiende hasta finales del año, surge este diálogo con las artistas, quienes decidieron contestar las preguntas a una sola voz.
El título de la programación de su sala es «Escrituras expandidas, cruces disciplinares e investigación escénica». Este implica una especie de continuación de una postura de Mitómana orientada a poner en crisis la representación clásica, ¿pueden describir más ampliamente las inquietudes detrás de esta curaduría?
Nuestro trabajo como colectivo se inscribe dentro de esta línea —como apuntas— pues todos nuestros proyectos se han planteado desde una investigación que responde a esa crisis que mencionas. En ese sentido nos interesa vincularnos con artistas y colectivos con quienes podamos compartir inquietudes comunes, la creación de redes es fundamental para que ese lenguaje que nos convoca amplíe su vocabulario —se contamine y contamine a otros—. Por otro lado, nos preocupa la cuestión de la renovación del lenguaje teatral local y las formas de apropiación de algunos términos que se cuelan en la escena nacional de modos a veces antojadizos o inconsistentes con la práctica. Para que una disciplina esté viva y en marcha tiene que ser interpelada en sus modos de hacer; al teatro se le han hecho una serie de preguntas que en nuestro medio parecen haber pasado —en la mayoría de los casos— desapercibidas o que son utilizadas sin el menor cuidado. Si hablamos por ejemplo de «artes vivas» o «dramaturgia expandida» hablamos de una serie de prácticas que operan desde modos particulares que interpelan a la tradición, no hablamos de cualquier cosa. Interpelaciones estéticas y políticas a las que tenemos que responder, es un asunto de pertinencia generacional. El mismo término experimental en nuestro contexto debería ponerse en crisis y es algo que no está sucediendo. Justamente en un afán por poner en circulación en nuestro medio ideas, aprendizajes, prácticas que con rigurosidad abordan lo contemporáneo, nuestro criterio curatorial ha sido juntar artistas iberoamericanos y ecuatorianos que sitúen su investigación dentro de estas interrogantes y estén apostando por modos de creación que desde su diversidad vitalizan lo escénico.
La programación tiene, evidentemente, una dimensión pedagógica que está articulada a través de laboratorios, ¿podrían desplegar un poco más en relación a este ámbito?
Fue para nosotros importante plantearnos una programación de la sala que no se restrinja a obras. Nos parecía que el traer a artistas de otros contextos podría implicar un intercambio real, se expongan procesos, se generen comunidades de aprendizaje en formatos que van desde el taller, el laboratorio, el colaboratorio. Hemos tenido hasta este momento encuentros sumamente valiosos: el laboratorio con Jomi Oligor y Shaday Larios, de Oligor y Microscopía teatro (España y México) nos abrió importantes inquietudes sobre todo lo que implica la dramaturgia de objetos; con Paola Oña (Bolivia) se planteó una investigación alrededor de la «acción» que resulta tan pertinente para entrar en la temporalidad del performance, y el último colaboratorio con Aristeo Mora (México) fue una experiencia real de teatralidad expandida, su metodología de «visualizadores de ciudades» es sumamente potente para comunidades creativas diversas y da cuenta de una rigurosidad necesaria para trabajar en contextos interdisciplinares. Se viene próximamente un taller de viewpoints para la composición escénica que estará a cargo de dos miembros del colectivo Josefina Viteri y David Franc (Ecuador-Estados Unidos); en septiembre tendremos a otro compañero del colectivo, Israel López, quien actualmente estudia una Maestría en Teatro Experimental, en Praga. Él estará con un taller/laboratorio de creación en el espacio virtual. Finalmente, queremos concluir con un seminario de filosofía del teatro. Nos hemos planteado crear una dimensión pedagógica mixta en la que técnica, pensamiento y acción se desplieguen como detonadores de procesos creativos.
¿Cómo se ha articulado el rubro nacional de esta programación y qué puntos en común y/o distancias detectan en relación a las propuestas de artistas de afuera que también forman parte de este proyecto?
Para la curaduría de la programación nacional también partimos de esos criterios; es decir, observando quién está, en el contexto nacional, arriesgando sus modos de hacer, cómo resolvemos acá las tensiones que empujan al hecho escénico, o sea, nuestros modos de traducción. Creo que ha sido muy esclarecedor mirar esas distancias y fructífero también identificar esos puntos de encuentro. Tuvimos en mayo un taller lindísimo a cargo de Paulina Peñaherrera y Javiera Belmar de prácticas somáticas, por ejemplo. Creemos que todo este asunto de lo somático interpela el modo en el que se investiga desde el cuerpo y reposiciona el tema de la subjetivación del movimiento. Ha sucedido lo mismo al incluir al grupo Talvez, que desde la danza se ha propuesto una investigación en las posibilidades de interacción con el público que resultan riesgosas, o a Xona Bastarda, que tiene una propuesta entre el teatro y el performance. Hemos invitado a Lalo Santi y Lorena del Toro, de Guayaquil. Lalo terminó hace poco la Maestría en Artes Vivas de la Universidad Nacional de Bogotá, que es un centro muy importante de renovación del pensamiento y la práctica de teatralidad, y Lorena, la Maestría en Escrituras Creativas, con énfasis en Dramaturgia, de la misma universidad. En este sentido algunos de nuestros invitados internacionales han estado vinculados con el proyecto Experimenta Sur (Bogotá), espacio también fundamental para las artes contemporáneas en el continente. En los meses por venir tendremos a María Dolores Ortiz, compañera del colectivo con un trabajo unipersonal que está cercano a lo objetual y a una estética íntima. Concluimos nuestra propuesta nacional con el colectivo Círculo, que desde el teatro circense hace una apuesta bien cuidada e innovadora por el teatro para la primera infancia. Creo que una vez concluido el año podremos con mayor claridad hacer una evaluación de esa interrelación y ver los modos en los que la escena nacional responde a esa propuesta curatorial o cómo plantearnos para futuras ediciones una curaduría que procure consistencia y potencie la relación local-internacional.
Desde el montaje de Tazas rosas de té en 2016, ustedes no han desarrollado producción escénica nueva. ¿De qué manera los artistas que se han presentado en el marco de esta programación las han interpelado como grupo? ¿Afianza, interroga, redirecciona su práctica, sus modos de producción?
Con esta programación ha sido muy relevante el espacio de encuentro que se ha generado. Las compañías extranjeras nos han mostrado e integrado a las redes creativas de las que forman parte. Y en este sentido se ha logrado uno de los objetivos centrales que es el del intercambio, el diálogo, la apertura a otras escenas. Nuestro colectivo ha podido participar en los talleres brindados, descubrir y dialogar con otras metodologías que sin duda enriquecen nuestra forma de trabajo. Por ejemplo, Oligor y Microscopía nos permitieron acceder concretamente al lenguaje del teatro de objetos; que resonó claramente en nuestra manera de trabajar la materialidad en la escena de nuestras obras. Así mismo, tanto la metodología del Visualizador de ciudades imposibles de Aristeo Mora, como la del enfrentar el error en curso de Paola Oña nos permitieron encontrar nuevos métodos para afianzar y volver realizable el trabajo colectivo. En cuanto a la producción, también ha sido enriquecedor por un lado, porque es la primera vez que nuestro colectivo produce una programación internacional y sostenida, lo que nos ha dejado muchas enseñanzas en la organización, el ritmo, la logística, etc. Además, ha sido muy aliviador y alentador ver la capacidad de compañías internacionales de adaptar su trabajo, de acuerdo al espacio, al público, a las distintas condiciones. Las intervenciones que hemos tenido hasta aquí fueron realmente vivas y generosas, siempre abiertas y en movimiento; y como si fuera poco, desde la sencillez, diríamos incluso desde la modestia lúcida de un quehacer sincero y dimensionado. Todos estos elementos que van desde el encuentro humano hasta el descubrimiento de propuestas nos interpelan e invitan a continuar pensando y accionando desde lo colectivo pero siempre con la mirada atenta al otro; para ver en su trabajo una apertura creativa.
¿Cuál es el público que asiste a estas funciones/laboratorio? ¿Qué tipo de resonancias ha tenido esto en el medio artístico? ¿Qué tipo de proyecciones imaginan a partir de este proceso?
El tema del público es complejo, difícil de determinar, ya que ha sido muy cambiante. Diríamos que a los laboratorios han asistido estudiantes y algunos miembros de colectivos nacionales curiosos de descubrir nuevas líneas creativas. Las funciones son siempre más variadas, pues se cuenta con el público que asiste por estar ya familiarizado con nuestra sala, y también aquel que viene específicamente por esta programación. Buscando crear resonancias y dar cola a lo que ha pasado en los talleres, Casa Mitómana, junto con los artistas invitados, ha abierto una línea de residencias para que proyectos seleccionados de cada taller puedan continuar desarrollándose en las instalaciones de la casa y con una curaduría mixta entre miembros de nuestro colectivo y los talleristas. En este momento, por ejemplo, está en residencia Giuliana Zambrano, con su trabajo Buscamos en el silencio de las cosas (el diario de trabajo está disponible en nuestra página web), iniciado en el taller «El escenario de las cosas. Animismos contemporáneos», dictado por la compañía Oligor y Microscopía. Creemos que estas residencias permitirán afianzar los lazos de creación y crearán nuevas líneas creativas en nuestro medio. Queda buscar cómo abrir una red de difusión de los resultados.
A partir de este proceso estamos conversando para determinar si sería pertinente continuar con estas programaciones cada año o cada dos años. Lo que es seguro es que la Sala de artes escénicas de Casa Mitómana y nuestro colectivo seguirán acogiendo y alentando propuestas en el marco de las teatralidades expandidas, los cruces interdisciplinarios y la investigación escénica tal como hemos llamado a esta primera programación.